
Trabajar junto a nuestra doula fue una de las mejores cosas que pude hacer estando embarazada. Comenzamos a trabajar juntos el futuro papá, Ari (mi doula) y yo a partir del tercer-cuarto mes.
Cuando empezamos aún no teníamos claro cómo y dónde queríamos dar a luz a nuestra hija Haya, así que de momento sólo sabíamos que la primera fase, la preparación al parto, queríamos estar acompañados por una doula.
Durante las seis sesiones de trabajo, Ari nos fue acompañando en nuestro descubrimiento. Nos descubríamos como pareja que iba a ser papá y mamá, con nuestras inquietudes y dudas, con nuestras curiosidades, y con ese gusanillo de alegría que se movía por dentro. Nos ayudó a pensar sobre aspectos en los que no habíamos caído antes, desde lo puramente burocrático hasta cosas muy prácticas alrededor del parto. Nos ayudó a reflexionar en cómo enfrentarnos a situaciones dolorosas e incómodas, y a cómo comunicarnos entre nosotros. Fue un gran aprendizaje, pero sobre todo, contribuyó a que como pareja tomáramos plena consciencia y de forma conjunta lo que iba a venir, donde el papá y yo, juntos, caminamos.
A lo largo de los primeros meses, ya teníamos claro donde deseábamos que Haya naciera: iba a ser en casa y queríamos que nuestra doula nos ayudara también en este momento. Tuve un embarazo increíble, donde me sentía fuerte, sana, viva, flexible, y con ganas de brillar al máximo para mi pequeña. Quería sacar toda la luz que tenía en mí y con ella traer al mundo a Haya desde mi mejor manera posible, quería conectar con mi máxima esencia de mujer mamífera. Y eso lo quería hacer en el lugar más íntimo posible y con las personas más conectadas y profesionales con todo el proceso en aquel momento: el papá, nuestra doula y nuestra matrona.
Previo al parto, Ari nos había ayudado de manera muy práctica a preparar nuestra casa para el parto: desde la bolsa para el hospital por si acaso, hasta un taburete por si me daba por dar a luz en el baño, o la comida, o mantas o esterillas... Fueron muchos detalles que nos ayudó a preparar y a tener listos.
Unas semanas antes del parto nos juntamos con Ari y nuestra matrona. Era la primera vez que se veían e iban a trabajar juntas en nuestro parto. Ari tiene una gran capacidad de adaptarse, a la vez que te enseña cuál es su sitio y desde dónde te puede ayudar. Me encantó ver cómo conectó con el trabajo de nuestra matrona, y cómo hizo de puente entre el papá y yo, y la matrona. La madurez emocional de nuestra doula para mí fue la llave mágica que abrió muchas puertas.
Tuve un parto increíble. Fue increíblemente precioso, sanador, aunque también increíblemente largo, sobre todo para una mamá primeriza que al poco que empiezan contracciones piensa que ya se va a desencadenar todo de una. El papel de Ari en todos los momentos alrededor del parto fue, como mi parto, increíble.
Nos ayudó a crear y hacer del parto un momento mágico, creo yo, para los cuatro adultos. No sólo ayudó al papá para que él pudiera estar todo el mayor tiempo posible conmigo, ayudó también a mi matrona cuando necesitaba algo, pero también me acompañó a tomar mayor consciencia de lo grandioso que era el momento. Me ayudó a sonreír en mi máximo dolor, a disfrutar de ese momento largo de contracciones pintando, cantando, bailando. Fue increíble la energía que trajo, que la sentí en lo más profundo y me permitió relajarme al máximo y centrarme en mi trabajo interno con mi pequeña que llamaba ya a la puerta para salir. Justo antes de la fase del expulsivo, en las últimas contracciones fuertes y seguidas, recuerdo por una vez abrir los ojos, y ver los ojos de Ari, vi esa mirada que confía en mí y que me calma, esa sonrisa que me hizo sonreír y cantar dentro de mí... Cuando Haya nació, yo tardé en salir de mi trabajo meditativo, estaba aún en shock, y recuerdo Ari diciéndome “mira cómo te mira”.
Su pasión por ayudar a mamás y bebés a nacer de la mejor manera posible, es fuego y vitalidad que nos trajo.
Después del parto, y cuando nos quedamos los 3 sólos en casa, nos quedamos tranquilos sabiendo que Ari iba a volver a la tarde. Al principio era raro, se habían ido la matrona y la doula y nosotros, ¿ahora solos? Parece mentira, pero nos sentimos como a un niño que le han soltado la mano para que camine solito. Y es que ese niño, aunque pueda caminar, sigue necesitando puntos de apoyo.
Seguimos trabajando con Ari en la fase postparto porque consideramos necesarios esos puntos de apoyo que nos podía ofrecer. Fue de gran ayuda, en esta fase en la que no acabas de encontrarte, tener su presencia. Me ayudó a ver que lo estaba haciendo muy bien (aunque suene simple, en esos momentos donde te sientes muy sensible el saber que estás alimentando a tu bébé y lo haces bien te reconforta enormemente). O saber que podía venir, y simplemente estar ahí, observándonos a las dos, me daba mucha seguridad y confianza. Me dio muchos consejos que me ayudaron a tener una lactancia buenísima. Su madurez emocional nos ayudó a entender desde el principio las necesidades emocionales nuestras y de Haya. Su primer gran llanto, a los 3 días, fue una liberación tener al teléfono a Ari (sobre todo para el papá) diciendo que todo está bien, que Haya también necesitaba soltar lo que había vivido. Porque su mamá no dejó de llorar esos días. Y sí, las mamás aunque estemos felices a rebosar por la belleza que nos da la vida, también necesitamos llorar mucho.
Gracias Ari, gracias doula, por despertar la confianza en mí, y por habernos acompañado a los tres en el viaje más apasionante, el re-nacer.
Escribir comentario